CON FIRMA
Foto: Revista Verde
En el trabajo de extensión rural, uno aprende que la ganadería no se transforma desde un escritorio, ni con recetas que vienen de afuera. Se transforma en el campo, caminando juntos, preguntando, observando, discutiendo en ronda, alrededor de los datos y de los animales.
Ahí, en cada reunión mensual, en cada recorrida, en cada análisis colectivo, aparece algo más grande que cualquier persona: aparece un “yo colectivo”.
Ese yo colectivo es el que piensa más que uno solo, que se anima a preguntar lo que otros no se animan, que compara resultados, que ajusta decisiones, que pone sobre la mesa lo que a veces uno, solo, ni siquiera ve.
Como dijo una vez un productor, con media sonrisa: “La única razón válida para no venir a la reunión del grupo es estar enfermo… o peor”. Y no lo dijo por obligación. Lo dijo porque sabe que ese rato compartido vale más que cualquier encierro individual.
Porque en los grupos no se reparten recetas, se construyen herramientas. Se aprende a mirar números, a leer planillas, a hacer diagnósticos productivos. Se analiza, se ajusta, se corrige. Y lo más importante: se aprende con y de los demás.
Los extensionistas que hemos vivido ese proceso, mes a mes, año a año, sabemos que los grupos no solo sirven para mejorar la gestión. Sirven para sostenerse. Para animarse. Para evolucionar, como grupo, como productores y como técnicos. Porque el campo es duro, las decisiones son complejas, y la soledad puede ser una carga. Pero cuando existe ese “yo colectivo”, el peso se reparte. Y el conocimiento, también.
Ese es el verdadero valor de los grupos ganaderos: cuando se animan a pensar juntos, terminan haciendo mejor cada tarea, cada emprendimiento y también mejor a cada persona. Y eso, en todos estos años de extensión, ha sido el aprendizaje más profundo.
* José Mesa es representante de la Comisión Nacional de Fomento Rural en la Junta Directiva del Instituto Nacional de Carnes.